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EDITORIAL 

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                                                     EL TEMOR Y LA LUZ EN TIEMPOS DE PANDEMIA

                                     

                                              Por: César Augusto Aroca Castrillón

                                                      Rector

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                                                     En los eones donde se pierde la aurora de la humanidad, cada crepúsculo

                                                     significaba para el humano naciente un mito que se hacía vivo en su piel,

                                                     la oscuridad inundada por el rugido de la fiera, invadía el alma de un

                                                    infinito temor que paralizaba todos sus sentidos y todo su cuerpo…, pero entonces, el fuego que siempre anidó en el espíritu humano, llameó desde esa oscuridad aún más profunda, para erguirse con rebeldía ante el temor y la muerte, para cantar como una arenga de vida al sol que desde el alba ya emergía trayendo la luz de la esperanza. Fue entonces cuando empezaron a cantar su triunfo las multitudinarias generaciones, y el pájaro de la aurora pintó de música los colores de aquella que camina descalza por los cielos, ruborizando al cazador que se esconde en el horizonte.

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Y siempre prevaleció la luz, como un sol que hace crecer la siembra, como la hermosa luna que llena de sueños nos cautiva o como un tapiz de estrellas que evoca infinitos universos. Qué grande y bella es la creación, qué milagro más incomprensible es la vida que la habita, qué prodigios más sublimes pueden brotar del alma humana, y aunque una página oscura puede aparecer al revés de la hoja, siempre prevalecerá tras la furia y la tormenta, esa arca donde se encontraron quienes eligieron la vida.

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Llega otra mañana y entonces por la ventana de una casa cualquiera veo correr a ese muchacho tras un amigo que estrena la primera bicicleta que el Niño Dios trajo al barrio. Y tras él corren otros muchachos queriendo también sentir la sensación de volar, como en los sueños. Otro niño mira desde la distancia, para él ese artefacto mágico resulta demasiado complejo, porque ya una vez al intentar volar sobre sus pedales mordió la tierra de esa calle pedregosa y el temor no lo deja si quiera pensarlo.

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El temor es tan humano como la alegría y no debemos avergonzarnos por sentirlo. Lo desconocido nos genera temor, porque es como ese cuarto oscuro donde cada paso es una incertidumbre, tememos al vacío y al abismo. Por eso necesitamos la luz, necesitamos un guía, un amigo. Qué bello encontrar ese amigo, el que necesita la luz o el que trae la luz.

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No ha sido diferente lo que nos ha ocurrido con esta pandemia y el aislamiento que ha traído. Para nosotros los educadores, ha significado una incertidumbre compleja, ya que no nos habíamos enfrentado a una situación igual. Y en esa oscuridad de la incertidumbre ¿cuál ha sido nuestra luz?:

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El amor a la profesión docente: es la primera luz, ya que es la vocación que anida en nuestra alma lo que nos mueve a aprender, a ayudar, a buscar caminos en la incertidumbre. Ese amor a la profesión no es un amor vanidoso, es un amor a nuestros estudiantes, a quienes nos debemos, y así mismo, un amor al prójimo, que también gravita en nuestra Misión Institucional.

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El trabajo en equipo: cuando sabemos escuchar podemos aprender y en nuestros compañeros siempre hemos encontrado grandes maestros. Es importante fortalecer nuestros equipos, ya sea por áreas, por proyectos, por grados o por otras afinidades. De ese fortalecimiento y de ese trabajo colaborativo salen grandes propuestas y excelentes resultados.

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La experiencia y el conocimiento: son fortalezas indiscutibles e innegables que fortalecen los equipos. La experiencia es un tesoro que la vida nos da y que solo nuestra actitud positiva puede revertir en frutos para los demás. El conocimiento es el patrimonio de la humanidad, debe ponerse al servicio de todos, no puede ser objeto de orgullo, vanidad o poder; el verdadero maestro se reconoce en su vocación de servir y en su humildad para ejercer esa vocación.

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La comunicación permanente: sin ella toda luz queda en la oscuridad. Por ello es necesario y fundamental que siempre la voz, la palabra, lleguen a nuestros semejantes, no podemos callar nuestras inquietudes, nuestras ideas, nuestros sentimientos, por más tontas o descabelladas que puedan parecer. De ello depende que las ideas se vuelvan realidad, que los demás sepan algo que desconocían y que entre todos podamos construir y trasformar nuestra sociedad.

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Así entonces, esas cuatro antorchas vienen iluminando nuestro camino, el camino de la enseñanza y el aprendizaje. Mucho tenemos por alcanzar y mejorar, pero nuestro caminar es consciente y nuestros pasos firmes. Queremos invitar a todos para construir el presente y el mañana, para que nos permitan regalarles una gotita de saber, un rayo de esperanza, una palabra de hermandad y una mirada de confianza.

Fue entonces que un día inesperado el niño temeroso vio esa bicicleta abandonada en el solar. Su curiosidad y sus ganas de volar le ganaron al temor, entonces se subió sin pensarlo más y de pronto sintió que una mano amiga sostenía por detrás el galápago y los pies hicieron el resto, veinte metros más adelante ya volaba dichoso sobre el caballito de acero y aprendió que no hay un temor más grande que la luz interior, el deseo y la voluntad.

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                                                                       Por: César Castrillón.

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