TEMBLÓ EN EL EVARISTO
- Germán José Vásquez. Profesor
- 30 may 2017
- 3 Min. de lectura
Seis y cincuenta marcaba mi reloj, cuando se nos pedía que pasáramos al patio central.
– Mínimo tres horas de cháchara y otra vez perdemos la clase de educación
física.
- Y es que no pueden hacer esas formaciones otro día que no sean los jueves?
Exponían con algo de molestia algunos compañeros con un tono de desaprobación que ya se volvía repetitivo cada semana, por lo menos para estudiantes de mi salón, pues a lo que respecta a otros salones se escuchaban
expresiones de júbilo.
Esta vez la formación no incluía himnos ni regaños por el incumplimiento de uniforme o excesivo maquillaje en la cara de las compañeras.
En esta oportunidad, la razón era otra.
Se nos pidió sentarnos y escuchar con atención.
El Rector, después de un corto saludo nos comentó, como en breve tiempo el colegio sería derribado para darle paso a una moderna edificación que pasaría a remplazar nuestros ya viejos y deteriorados recintos.
Muchos quedamos con la boca abierta. No sé por qué, pero inmediatamente recordé el sentimiento que me embargó cuando mi madre regaló todos mis juguetes viejos.
Ese colegio viejo, cómplice de nuestras travesuras; testigo fiel de todas las tristezas y alegrías de muchas generaciones, en donde mi abuela y mi madre terminaron su primaria y ahora yo mi bachillerato, sería finalmente derrumbado…
Con una inmensa sonrisa y con la mirada puesta en el cielo, mi compañero nos contó que su mamá había culminado ahí sus estudios y que ya era casi un rito familiar contar una anécdota que ella junto a otras seis compañeras había protagonizado y que les había costado casi que su expulsión del colegio.
- Cuenta mi madre, prosiguió el compañero, que en una ocasión la promoción de casi toda la clase, dependía de un examen final que les haría el profesor Valencia y que era necesario aplazarlo por lo menos un día más, por lo cual decidieron a la señal de tres, mover al mismo tiempo todas las canastas colgantes en donde estaban sembrados grandes helechos que pendían de cada uno de los arcos ubicados en el patio central, al mismo
tiempo que mi madre salía corriendo gritando: ¡Está temblando, está temblando!
La historia cuenta que nadie permaneció en los salones. Hubo histeria y heridos leves.
- Fue tan convincente. Decía mi madre, que el personal especulaba acerca del gran temblor de tierra.
Unos aseguraban que aún estaba temblando; otros que les asustó mucho más el sonido que había hecho la tierra, mientras la mayoría contaba con lujo de detalles como se le movió el pupitre.
Todo había sido un éxito, pues al poco rato la Rectora había decidido mandar a todo el personal para la casa, por temor a las réplicas. Pero cuando al pasar del patio interno al externo, desde donde era posible

divisar las casas vecinas al colegio, algo raro estaba ocurriendo… nadie estaba en la calle a excepción del vendedor de mazamorra con su ya familiar vocina, esa escena no correspondía a lo que había acontecido.
Todo se apreciaba normal, Néstor el personaje del barrio muy conocido por cambiar bombones por chatarra y periódicos viejos, reposaba a las puertas del colegio con su vieja carreta, según costumbre de todas las tardes.
La Rectora, acercándose muy serenamente le preguntó:
- Señor Néstor, usted sintió el temblor de tierra, que ocurrió hace un
instante?
- No señora. Que yo sepa no ha temblado. Respondió él.
Ella, no satisfecha con esa respuesta, decidió indagar con algunos transeúntes del lugar, los cuales le respondieron de igual manera.
Ante esta situación y con la cara rubicunda pegó un grito que no requirió micrófono:
- ¡todos a su salón!
Su visita, salón por salón, terminó en el aula en donde estaba mi madre.
Todo habría tenido un final feliz si no hubiera sido por la sapa de la Narváez, que soltó en llanto, señalando a mi madre y resto de sus compañeras, acusándolas de haber ideado tan macabro plan.
El llamado a los padres fue inmediato.
Afortunadamente el padre de Clara, el señor Raúl, interventor de Emcali y que por cuya gestión se había obtenido la tan difícil línea telefónica del colegio, amortiguó la sanción que sólo se extendió a trabajos adicionales por el resto del año lectivo y a una matrícula condicional que en la casa fue convertida en correazos sílaba a sílaba.
Germán José Vásquez Rodríguez.
TE INVITO A CONTINUAR CON LA ESCRITURA DE ANÉCDOTAS A MANERA DE CUENTOS, QUE
REGISTRE LA HISTORIA DE NUESTRO COLEGIO.
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